lunes, 28 de mayo de 2012

Se fue Chiva, o mamía, mejor dicho: Rosalía

Se fue Chiva, o Mamía, mejor dicho: Rosalía
Por: Oscar Alfonso Pabón Monroy/Comunicador Social comunitario

Indudablemente fue en casa de los Ruíz Churión en donde la conocí, cuando cada 21 de diciembre al igual que yo éramos invitados a los cumpleaños de Jairo. A lo mejor eso ocurrió hace más de tres décadas.

Ella iba con Luis Ernesto su esposo y conformaba el grupo de contemporáneas orocueseñas, afincadas en Villavicencio, incluida Marujita –la siempre bien recordada anfitriona-.

De aquel alegre grupo recuerdo sus entrabadas charlas y sonoras carcajadas que interrumpían para bailar su clásico joropo y para degustar las hayacas caseras, que tenían el sabor de su distante pueblo casanareño ribereño del Meta.

Pero el momento que me acercó más a ella fue la partida para Venezuela de su hija Gladys y Álvaro, el yerno, quienes para entonces administraban el teatro Camoa en San Martín, propiedad familiar.

Hoy día supongo que fue Jairo Ruiz quien les dijo que yo tenía estudios de Contabilidad y por eso me llamaron para que junto a Marcel Alsina hiciéramos la tarea, él operaba como maquinista del teatro. Entonces Ernesto –su hijo venido de Venezuela para el caso- dio algunas instrucciones. De esa manera ella quedó como patrona.

A partir de entonces comenzaron mis periódicas visitas a la casa, cuyo antejardín era dominado por la mata de veranera y la rueda de una vieja carroza. Del mismo modo, se afianzó mi acercamiento a su familia.

Pero los costos mensuales de operación, siempre mayores que las utilidades, hicieron que pronto el teatro se cerrara.

De cuando en vez yo coincidía en la casa con su amiga de vieja data y ocasional huésped, me refiero a Nelly de García. De esa señora recuerdo su acento opita y su frotación de manos, a manera de un tic.

Mi inquietud por los temas históricos encontró en la orocueseña anfitriona una copiosa biblioteca oral, a la que consulté hasta no hace muchos meses. Me relató pasajes suyos por las regiones casanareña y metense en las que trascurrió buena parte de su vida.

Gracias a la información que generosamente me compartió, he podido escribir y hablar de aspectos de la navegación por el río Meta a partir de Orocué, así como develar un capítulo desconocido en la historia del Meta como lo fue la ocurrida con la presencia del noruego Antonio Dishington, ciudadano que desarrolló un proyecto agroindustrial en tierras sanmartineras, en los inicios de la década del cuarenta.

La distante y extensa propiedad se llamó Candilejas, de la cual la orocueseña con su esposo fueron administradores cuando sus dos hijos varones eran pequeños. Esta historia se la grabé en el año 2010.

También me contó de la construcción del teatro Camoa y de las periódicas fiestas que allí organizaron, en particular de una de disfraces que –por irreverente- les ameritó censura y severo llamado de atención por parte del cura párroco.

Con tantos años de trato aprendí a apreciarla y estoy seguro que ella igual a mí. En mis visitas y llamadas telefónicas, al igual que Yolanda de García yo le preguntaba por sus hijos y le contaba de todo, hasta de algunos de mis males y de los buenos médicos alternativos que me las trataban; así, de la noche a la mañana dos de ellos terminaron siendo también sus médicos de confianza.

El primero en varias oportunidades la atendió en la casa, de él ya olvidé su nombre; el segundo se llama Mario Caicedo, el mismo que –según ella- en los últimos tiempos la visitaba a las 6:00 am, antes de que los demás habitantes de la casa se levantaran. Eso se lo dijo hace poco a Gladys, del mismo modo a mí.

No olvido que varios años atrás fui culpable de un alboroto familiar, puesto que cierto día la llamé y me contó que estaba un tanto indispuesta de salud- no era normal que lo hiciera-.

Así que sin que me lo solicitara, pero de saberla sola en su casa, conseguí el número telefónico fijo de su hija Carmen Elisa en Bogotá y con la empleada del servicio le dejé el alarmista mensaje. Aquí sí que cabe muy bien citar su usado dicho eso “fue la patada voladora”.

No puedo dejar de contar, que de manera admirable en tantos años de tratarla nunca le escuché decir contra nadie comentario alguno de rabia o de tristeza por su cotidiana soledad física, ni mucho menos la vi deprimida.

En los inicios de mayo por Gladys supe que la orocueseña, la única que quedaba del otrora grupo en las fiestas donde los Ruiz Churión, estaba diciendo que también quería partir.

Entonces la llamé y la saludé como era acostumbrado: “Doña Rosalíaaaaa” y ella me respondió como siempre: “Óscar Pabónnnn”, pero seguido del siguiente comentario que me dejó sorprendido: “me voy a morir y le voy a jalar las patas….”

Con la misma entereza con que vivió desde que quedó viuda, creo que antes de que iniciara el mes de mayo en curso tomó la decisión de irse de este mundo. Entonces, ella tocó la campana y todos sus hijos: Gladys, Carmen Elisa, Estela, Gloria y Ernesto llegaron a la villavicense casa o nido paterno. De nuevo los tuvo juntos, si no estoy errado después de 27 años.

Ese episodio familiar de inmediato me hizo recordar la letra de la canción La mamá, del cantante francés Charles Aznavour.

La recta final de su vida la comparo como cuando una veladora encendida ya ha consumido la parafina de la que está hecha y por falta de combustible empieza a debilitarse su llama, hasta que lentamente se apaga, casi que imperceptiblemente.

El epílogo ocurrió hacia la media noche del viernes 25 de mayo. En dicho instante y a la edad de 93 años su vida se apagó.

Con el respeto y apreció que le prodigué a doña Rosalía Nieto de Flórez, puedo concluir estos párrafos retomando las siguientes palabras que alguien redactó: ella “fue muy afortunada, puesto que murió con honor, murió de vieja”.

Villavicencio, 26 de mayo de 2012

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